No una versión; mi ser

El ser tal cual, interrogante,

Que se supone inalterable, en una meta absoluta,

La meta del principito, el éxtasis de Pavese,

O parientes de que la madurez es todo: lugares

Alcanzados desde una expresión poética.

Ni hablar de la comicidad que plantea heidegger

Con respecto al ser, al que le asigna una pureza,

Destinado a recorrer los horizontes, no del porvenir

Sino situado sin tiempo ni espacio ni propiedad.

Dueño de todos esos dones. Casi son un certificado,

Que el pobre Lacan, con la lengua que descartó del simbolismo

Creyó que fue mas allá en su abstracción. Y él

Que descartó a Joyce, en vías, en aras de lo que sé

Que es Joyce para mí, la puja por la comicidad

De lo real del ser que ve. Joyce es más atractivo.

Y a la vez más inocente de toda pureza mencionada.

Lacan es mi certificado de cómo la ilustración

No se ha despojado del mensaje teologal, de los iniciados

Que con la misma rudeza y comicidad explicaban

La creación. La comicidad no será nada más que miedo,

O pulsión acertada ante la presencia de los otros

Del juicio de Sartre del infierno como lugar donde

Uno decide excluir. El conde Espina, un sátrapa;

Mi abuelo, que cantaba canciones criollas acompañado

De una escoba. La guitarra la perdió en amoríos,

Viajes que se parecen a los recorridos de Juancito Caminador.

También mencionaba sin haber leído a heidegger lugar

Del infierno a los abismos del ensimismamiento

Y la presencia insoslayable, aveces no loable de lo que uno

Espera de los demás, los seres en cuanto parientes, escuetos.

No es que no pueda hablar de la divinidad, creo que podría

Cuestionar la visión de la misma, sino es igual a la mía.

La mía también estoy seguro ocuparía un lugar ante

Tanta celebridad de imágenes lustrosas, que por la multiplicidad

De sucesos. Que se plantea el acceso a la divinidad o las

Formas inefables, no pueden ser explicadas desde la quietud.

No hay quietud sino suceder y quien más se acerca a esto

Es un indio Yaqui, y el suceder teatral de una de las partes,

Del Ulises. Nadie habla, en términos que en el haber llegado

A ese lugar de la visión, no hay texto ni imagen que pueda graficar.

Ni tampoco un vivir que pueda ser contenido en la cotideanidad.

El insertarse requiere mucho tiempo, y no puede ser explicado

Como abstracción, pastura de ciencias que optan por las versiones

Místicas, que no son nada más que un preámbulo a lo que provee

Lo que llamamos divinidad. En ese lugar inefable, hay también

Dramatizaciones que dan señales de lo que debe ser develado

En el seguimiento. La pureza, la divinidad, según los místicos

Y los acólitos del saber psiquiátrico. Que muchas veces no pueden alcanzar

Los múltiples llamados de Joyce. No encontrarían lugar que explique.

Y es probable que en esa instancia Witman, no ocuparía otro lugar

Que no sea el sermón. El que ve en esas instancias, ya no servirá

No podrá hacer cuento de cómo era su mirada, antes de ver.

Ese lugar dramático, no es el lugar de la filosofía, ni de la introspección.

Todo lo contrario. Ante la iluminación los que optan, por no dramatizar

Van a la iglesia. O se mantendrán sin obtener tareas, que provoca

El preámbulo. Creo que son pocos los que salen de él, y que casi nunca

Dan una imagen gráfica. Sartre es uno de ellos, también Fellini, ya no miran

Y ante la vista de los otros, son admirados, o rechazados, porque

Su sintaxis se extrovierte sin que ellos, razonen ante la necesidad perfectible.

Que cambia, adquiere un ritmo, que no sólo es expresión, sino lectura

Que narrada desde lo dramático del discurso uno puede discurrir, que es

Dolor, avaricia de si mismo o el discurso que también se confunde

Cuando es mediador de sí mismo o un enviado, o aveces uno puede ver

Con las buenas intenciones que es emitido ese discurso. La complejidad,

Las distintas voces que sin quererlo y tratando de entender al otro,

Son portadores de un bumerán, que es más ansiedad que verdad.

Esto en los niños, si es claro lo que más se parece a la llamada pureza,

Pureza del doblez que se expresa siempre como necesidad e interrogante.

Pensar que ese es el punto máximo. Es sí el lugar que hay que perder

Para llegar a encontrarlo, porque la abstracción de ese saber o una entelequia

Del saber profesional o ilustrado desde el pizarrón. Ya habrá no sólo perdido

La comicidad, también un lugar que por sacralizado, no podrá insertarce

En quizá el único lugar que grafica, los ríos, los parientes de Heráclito.

Después sí la filosofía dice, casi obliga a encontrar relación y claridad

Del entramado social. Casi nunca uno podrá desligarce de los que enajenadores,

Adquieran las señas, ante preguntas, que los que saben nunca responden

Con toda la verdad que esto supone. Y que la mayor verdad, es desarticuladora

De la ansiedad mayor de la civilización: la repetición de un clima que como esfuerzo

Es el reflejo de lo cómico, el suceder del esfuerzo, que no terminará, ni se desenvolverá

A otra instancia, si el esfuerzo esta dirigido a la quietud, las malas artes que desde lo teologal

Persisten y son adueñados por las supercherías, que desde el saber y desde la madurez

Se adquirirá serenidad. El punto del saber y de la madurez es el punto de lo ridículo,

De lo que llamamos vergüenza ajena encarnada en nuestro pensamiento,

Y violencia incontenible ante los signos del que no se interroga a sí mismo.

No hay ninguna puerta que se le abra a uno si no está preparado,

En la desconfianza de la realidad que percibe como realidad sugerida

Como un aprendizaje de símbolos o abstracciones, que son el lugar donde

La puerta se cierra. La educación ejercida fuera del suceder. No es sólo

Una puerta cerrada es también una cárcel de puertas que se estrechan

por Sebastián Peroni